Miraba por la ventana el inmenso bosque verde que se ponía
ante mis ojos, potente y deslumbrante y cegada por el sol de la tarde, decidí
entornar un paseo a la montaña.
Con todo el silencio de la vida recordaba a cada instante
como me miraban mientras sus pupilas decían abrázame y no me sueltes nunca,
como esas dos miradas enternecedoras habían desaparecido, la parte esencial de
tu vida, los que te ayudan a levantarte, los que te enseñan a correr y nunca
parar, los padres.
Paseaba por las calles del pueblo, donde la gente con los
ojos negros entristecidos, había entierro, mi abuela estaba dentro haciendo
como si de una plañidera se tratase, de negro como mi corazón, salían de el
entierro, y a fuera como no, estaba él, siempre con esos ojos verdosos como si
fuera un roble macizo inquebrantable, el hizo de apoyo a su abuela ya envejecida
de aspecto agradable, su padre en la esquina con la misma cara de seriedad de
siempre, según me había fijado parecía no dejarle ni llamarle
<<padre>> ni <<papá>>, para él era Don Manuel, como si
de un criado tratase, sin verla dio una colleja a su hijo con lo que parecía
una Sagrada Biblia, le dijo que fuera más despacio, que su abuela ya no era
burra de montar veloz, y él con esa humildad y inocencia se disculpó y agachó la
cabeza.
Mi abuela dando el pésame a la hija, volvió más bien
feliz dando las gracias al señor de lo ocurrido, criticando a la recién
fallecida, la viuda de Eulario, que parecía criticar hasta la más fiel persona
que pasaba delante de sus narices, y su hija recién venida de la capital, era
malmirada aun así por las señoras, porque en lo más bajo de su vestido negro,
le asomaba un trozo de pierna.
-No hay más que joerse.
-Tampoco se lo merecía.
-Bien buscado se lo tenía la pérfida víbora.
-¿Pero que es de su hija? Como llora la pobre.
-Una simple ramera buscona despechugá.
Fue justo cuando una voz me llamaba, era el Padre
Ventura.
-¡Hija mía!
-Dígame usted padre.
-Tiempo llevas sin venir los domingos.
-Para dormir como suele ser habitual.
-Debes venir, no hagas que te obligue.
-No le haría caso igualmente.
-¡¿Cómo te atreves?!- me propició una guantada- joven insolente.
-De insolencia pecó Judas.-dijo mi abuela mientras me
retiraba hacia atrás.
- El viejo desvergonzao hace al niño mal
hablao.
-¡Los días contados te quedan! Pues malnacio saliste, ¡y
malnacio morirás!
-Sí, bien cierto es pues que a la mujer y la sartén, en
la cocina están bien.
Mi abuela me tapó con su velo negro me llevó a casa.
-Deberías de andar con cautela, pues tiene más fuerza que
cualquiera.
-Perdón, puse pie en mala ciénaga. ¿Puedo marcharme un
rato?
-Vale, recuerda que toca pollo, no me hagas desplumarlo
yo sola.
-¿Hay alguna bota?
-En la otra.
La
otra
era como llamábamos a la casa de enfrente que pertenecía a mi tita de la gran
ciudad, un ejemplo que yo quería seguir, pues ella apenas recién desbravada,
huyó con su zagal a la capital.
La casa no era más que un simple desván que mi abuelo
usaba como trastero, dónde el guardaba todas las tinajas y mi abuela colgaba
los hierbajos que compraba a las gitanas o cogía del campo.
Abrí la puerta de olivo milenario y medio cegada por el
polvo que salió, di dos palmadas a la burra que rebuznaba, le llene el gran
cacharro de agua y de un alambre oxidado cogí la bota sucia y con olor a orujo
casero.
Entorné otra dirección que pasaba por la fuente del
Cañal, me lavé la cara y fresca fui llenando la bota hasta que se desparramó el
agua, sin saber cómo fui bebiendo y me di cuenta de que quedaba poco agua, la
fuente vieja escondida entre musgo y malashierbas se ocultaba al fondo de la
trazada, el rio seco como mi corazón continuaba con pequeños recovecos de agua
llena de renacuajos creciendo.
La fuente Vieja era agua pura de la montaña más natural
que la del Cañal incluso, fresca, pura, cristalina y brillante, refrescaba mi dulce boca, que
sedienta bebía de la maloliente bota de cuero débilmente conservado.
Saltaba de roca en roca, en lo más hondo de la montaña se
veían pequeños agujeros con los conejos dentro, dando pequeños lengüetazos a
sus crías, esos mínimos detalle que harían enternecer hasta la roca más dura,
tumbada sobre una ruina árabe antigua, con el romero acariciándome el codo,
dejando en mi ser un leve cosquilleo bastante peculiar, todo un silencio,
parecía que nada de lo que ocurría, tenía importancia en ese lugar, donde mi
respiración se combatía con los latidos de mi corazón, que estable luchaba
contra los autillos que se preparaban para emprender una dura noche, cuando de
repente, ocurrió.
Lo más impredecible que podía ocurrir, alguien entre
delicados movimientos rompió mi hondo silencio, a juego con sus ojos amusgados
verdosos y el viento soltando su rubio cabello, rebelde tímido y frágil, ante
la inmensa montaña que se ponía a su espalda, y cuando parecía que mis manos
temblaban solo un leve susurro pudo salir de mis labios, casi no tuve tiempo a
reaccionar, ya era tarde, ya no se podía parar, alivio o presión, sus ojos me
habían inducido a un mundo de ilusión y ternura que no llevaría a nada, tampoco
podía huir, momentos así ocurrían una vez en la vida, ya estaba, destino fuerte
y caprichoso conducido por la casualidad y el amor.
Triste lágrima derramada por una persona que no parecía
valorada, pequeños suspiros del corazón, grandes llantos del alma, no podía
separarme de esa profunda mirada arroblada, turbia y ennegrecida parecía haber
llorado.
Entre cortadas palabras apenas pudieron salir de tan
bella sonrisa.
-Pe…Perdón, disculpe las molestias.
-No, no, ven que seguramente mi abuela ya habrá asado el
pollo.
Por un momento, por un insignificante instante, parecía
que el tiempo se detuvo, que el sol dejaba de apagarse, que todo parecía crecer
a cada segundo pasado.
-Me tengo que ir.
-Sí, ten cuidado que los jabatos han dejado varías
piedras sueltas.
-Vale, ya… ya hablaremos.
-Espero que no sea así, pues otra vez habré interrumpio’
tu reflexión.
-No es reflexión, solo que aquí parece que todo sea
especial.
-Bien cierto es, aquí todo cambia.
Podía ver en sus ojos verdes mi humilde sonrisa, mas no
me arrepentía solo por ver también esos dientes como perlas blanquecidas.
Entorné media vuelta y de repente ocurre, el viento azotó
mi pelo, me lo aparté y ahí es cuando tus hombros se relajan, y te muerdes el
labio, y te das cuenta de todo…
Pasé como de la nada sin fijarme en las piedras sueltas,
en ese momento todo pareció cambiar, todo parecía especial.
Por las calles un inmenso silencio, se podía escuchar los
sonidos de mi respiración, mis pasos inundaban las calles de relajado eco, sabía
lo que había ocurrido, ya era tarde, ya nada iba a ser como antes, poco
partidaria del destino, daba las gracias a Él por lo que había sucedido, el
arenal me impedía ver el camino, el viento movía la arena, el polvo me entraba
por el ojo, haciéndome derramar una lágrima, el lobo daba paso a la noche, que
con su aullido anunciaba el regreso del mundo a sus casas, frente mía, la gran
puerta azul.
Abrí el pestillo de establo, mi abuela mantenía una leve
típica altercación con mi abuelo, motivos ajenos a mi edad, en los que mi
abuelo me decía que no me entrometiera.
-¿Dónde estabas?
-En el algar.
-Siempre ahí, deberías de relacionarte más con las mozas
del pueblo.
-Sería mal mirada.
-¿Cómo naciste tan desconfiada?
- Hasta el refrán dice bien, que desconfía y acertarás.
-Hija, careces del don de gentes de tu madre.
-Pronto se lo arrebataron igual.
-Olvida el agua pasada.
-Eso ya es un rio seco.
-Pero Laura, ¿qué tiene de especial ese lugar?
-Porque ahí parece que todo cambia.
-Mis ojos solo ven ruinas mal conservadas, ante unas
vistas ennegrecidas y turbias por malos tiempos actuales.
-Tus ojos ven, pero tu corazón no siente, no mires el
lugar, observa el entorno, cada mínimo detalle, es diferente.
Me sonrió y se dirigió a la cocina, me descalcé y con ese
frio mármol blanco, mi abuelo estaba sentado en una poltrona, balanceándose con
una cara preocupada y transida, con el periódico con el título,
<<Precaución>> , mi abuelo negaba entre leves cabezazos, mi abuela
puso la mano enfrente del periódico impidiendo que mi abuelo continuase.
-Es la hora de cenar.
-Déjame acabar.
-Antonio, la niña. Ya está, recoge el periódico y quítate
las gafas para cenar.
Mi abuelo con cara indignada e iracunda me miró de reojo,
se acercó y como siempre me agarró del moflete y se dispuso a ayudar a mi
abuela.
Mi abuelo era de estatura mediana baja, pocas veces le
había visto sonreír, trabajaba en una fábrica de mármol en uno de los pueblos
de al lado, de costumbre llegaba a casa con los carrillos rojizos, se subía al
piso de arriba y se echaba, siempre así, la misma rutina.
El pollo asado daba olor a un hogar que entre silencios y
pucherazos a la salsa de romero y tomillo, mi cabeza se inundaba de malos
pensamientos, eran tiempos difíciles, muchos cambios y mi abuelo siempre con
ese rostro deshecho por los malos disgustos, mi abuela se limpiaba con la
servilleta, y yo, con rostro marchito miraba por la ventana, el gato estaba
fuera mojándose su delicada cola.
-¿Por qué está fuera?
-Me rompió una vajilla.
-Pero se mojará.
-Que busque reguardo, está muy mal acostumbrado.
-Es doméstico.
-Todos tenemos nuestra naturaleza.
-¿Y si se moja?
Y mi abuelo entre gárgaras de vino.
-Servirá de abono a las habas.
Subí al piso de arriba entre llantos y lágrimas, me tiré
en la cama fría de sábanas blancas recién puestas, moví la almohada de lana de
oveja a mis ojos, llena de lágrimas mire el ventanal.
Con extrema cautela abrí el pestillo que daba salida al
tejado de la despensa, y salté.
Caí en un tejado mojado y áspero con gravilla
incrustándose en mis heridas, alguien empezó a besarme la oreja, no podía
consentir que el único que me ayudába, que me consolaba siempre, le pasara tan
ruin final, cuando de lo más alto del palomar, una tinaja se precipitó contra
mí justo a tiempo me aparté, dando una patada al gato, la tinaja impacto contra
el tejado, se rompió como mi corazón hecho a pedazos, mi abuelo abrió la ventana con cara enfadada
y gesto fruncido, metió dentro al gato lanzándolo contra la mesa, el gato
desgarró con sus duras uñas el mantel verdoso , en mi caso, el mundo me daba
vueltas, todo ocurrió tan rápido, notaba mi cuerpo desquebrajado y lleno de heridas, sentía el
calor del fuego rozando mis desnudos pies, mi abuelo me propició un golpe mientras
mi abuela lo echó hacia atrás.
-¡Para! ¡Por el amor de dios, es nuestra niña!
-¡Esa no es mi nieta! ¡Niña del diablo!
Tan duras palabras pronunciadas por una voz ronca que
parecía escupir odio por la boca.
-Deja de decir barbaridades de las que después te vas a
arrepentir.
-El que duerme con niños, cagao’ amanece.
Mi abuela me hizo tumbar en tres sillas, me puso un cojín
acolchonado con pluma y me comenzó a poner paños con llantén, eran malolientes
y verdosos.
Yo gritaba, se podría decir que los gritos se escuchaban
desde la otra punta de la calle y mi abuela me ponía una toalla en la boca,
mordía y mordía, mis piernas suaves y ahora destrozadas, rasgadas por un
sentimiento, pero lo había conseguido, seguía en casa, mientras mi abuelo cogía
el orujo y sin acompañamiento como si de agua se tratase, bebía y bebía.
-Presiónate fuerte los paños, así.
-Sé cómo hacerlo, sigo siendo tu niña, ¿recuerdas?
-Mañana al amanecer, cuando el primer de los cantos del
gallo te cambiaré los paños y te pondré alcohol de romero, y para comer haré
cebolla frita que mañana hay mercado, eso te aliviará.
-Prueba con el jugo de ortiga, después del romero, es el
mejor desinfectante.
-¿Qué me dices del milenrama?
-No nos queda, solo hay en el algar, podría subir más
tarde.
-Mandaré al “moro” a que suba.
El “moro” era un joven zagal de unos años más que yo, no
era ni marroquí ni de origen musulmán, simplemente no estaba bautizado, por lo
cual no era cristiano, y en el pueblo pues al no ser cristiano lo llamaban con
ese mal nombre y horrendo apodo que se le había atribuido.
-Ahora debes descansar, duérmete en el sillón de costado,
sé te hará más cómodo.
-Gracias nana.
-¿Qué se dice?
-Buenas noches, hasta mañana, dulces sueños.
Los pasos resonaron por las paredes de mármol y a mi
regazo, se colocó el gato que entre maulladas y ronroneos se durmió, su cola
empapada de agua, chocó contra mi mano humilde, que se resintió por la herida.
Y así acabó un duro día de fuertes emociones, y de
esperanzas eternas, mal alumbradas por el amor…
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